miércoles, 9 de mayo de 2012

ERASE UNOS LOMOS PERO QUE MUY ORIGINALES

Lomos pero que muy originales.



Es hora de reconocer que el producto de matanza ( y aun de toda clase).
Que más estimo, es sin dudarlo ni un instante, el lomo embuchado, el maravilloso, perfumado, delicado sedoso lomo embuchado, a poder ser de cerdo ibérico criado con bellotas, con desprecio de su precio. Y en este parecer soy muy tajante, el lomo embuchado no admite medias tintas, ni medias calidades, debe ser soberbio, quizá como debiera serlo todo. ( Y permítase un consejo: no malgaste jamás su dinero adquiriendo delicatessen de media  calidad y menor precio. La exquisitez sólo admite ser exquisita. Busque los productos de máxima calidad que usted quiera pagarse, sin que le obnubile el nombre o la clase. Más vale elegir un buen salchichón que un mal jamón, un buen preparado de erizo que un caviar falso, unas sabrosas chirlas que unas duras almejas, un lomo bien aliñado entripado que una imitación rojiza, correosa, ácida de un lomo pintiparado.).

Así pues en cuanto estuvo a mi alcance hacer mi pequeña matanza, lo tuve en consideración desde el mismo instante. No es que intentara hacer un lomo embuchado como los de Salamanca, Extremadura o Huelva, lo cual era imposible no disponiendo de esos animales, pero sí un lomo embuchado de calidad, auténtica calidad, pero sin pretensiones, es decir, sin falsedad, mixtificación ni imitación: lomo embuchado a la segureña.

Ni qué decir tiene que yo jamás  me he doctorado de manteca, jamás me he concedido título que me recibiera de derecho en tales artes, así que todos mis trajines y labores lo fueron siempre al amparo de quien sí lo estaba, de tal manera que, en el tiempo indicado, yo me acogía al hacer y compañía de mi amiga y directora Petra Alba, lo cual buena falta me hacía, como se irá viendo. Mas, como todo el mundo puede esperar, todo trote tiene su alborote, proverbio que se me ocurrió demasiado tarde, cuando ya estaba enfrascada en las dificultades. Digamos que cada año tenía yo un tropiezo del que, con maestría y el mejor humor, me rescataba petra. Así un año había más lomos que tripas culares; otro, lomos más grandes que las tripas; otro, tripas, algo frágiles, y así un avatar cada año. Del que salíamos cosiendo, una a otra, dos tripas, para hacerlas capaces; o zurciéndolas, por los desgarrones; o remendándolas, por las estrecheces, o, si no, sudando la gota gorda en enero, haciéndola deslizarse a pura fuerza de brazo, maña, aceite crudo y un trapo, para lograr que recubriera el lomo. No creo que fueran los mejores lomos de la comarca (aunque casi), pero por supuesto sí los más originales....Y por si alguien de daba envidia de verlos tan compuestos, yo los colgaba en los ganchos más retirados, no fuera alguien a echarles mal de ojo.

Bueno, es hora de reconocerlo: apañados o no, siempre resultaron deliciosos,

Lo cual, -ya lo dije- no fue por gracias de mi oficio. Tenían se modo y su maestra. Segureños. Naturales. Auténticos. Sabrosos.

Y esta es la historia del porqué y el cómo aprendí, o quise aprender, a embuchar lomos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario